
¿A qué velocidad vuela un avión? Todo lo que debes saber
Mientras miras por la ventana del avión y ves cómo los coches y las casas quedan pequeños en cuestión de segundos hasta desaparecer, seguramente te has preguntado: ¿a qué velocidad estoy viajando? Lo mismo suele ocurrir justo antes del despegue, cuando el piloto acelera con fuerza para alcanzar la velocidad necesaria y separar la aeronave del suelo.
Si alguna vez te has hecho estas preguntas —ya sea mientras vuelas o al observar un avión surcando los cielos— no eres la única persona. Es una curiosidad bastante común. Hoy en día, volar forma parte de nuestra rutina y lo vivimos casi como algo normal. Pero detrás de este logro hay décadas de investigación y desarrollo que permiten que los aviones transporten a cientos de personas y toneladas de peso de un lugar a otro en cuestión de horas. Nada de esto es casualidad: requiere cálculos muy precisos, especialmente en lo que respecta a las velocidades de vuelo.
En este artículo te contamos todo lo que debes —y seguramente quieres— saber sobre las velocidades que alcanzan los aviones en cada fase de su recorrido.
El anemómetro: el instrumento que mide la velocidad en los aviones
Al igual que los automóviles cuentan con un velocímetro, los aviones disponen de sus propios instrumentos para conocer la velocidad a la que están volando. Para un piloto, esta información es esencial en todo momento, ya que de ella dependen maniobras tan críticas como el despegue, el aterrizaje o el propio vuelo en ruta. El encargado de esta tarea es el anemómetro, un instrumento imprescindible en la cabina.
El anemómetro moderno, tal como lo utilizan los aviones hoy en día, fue diseñado en 1926 por John Patterson. Antes de su invención, se empleaban versiones mucho más rudimentarias, inspiradas en las ideas de Leonardo da Vinci. Aquellos primeros diseños consistían en una lámina metálica que se desplazaba sobre una escala calibrada: cuanto mayor era la velocidad, más resistencia encontraba la lámina, indicando así un valor aproximado. La aportación de Patterson marcó un antes y un después, ofreciendo una herramienta mucho más precisa y fiable para la aviación.
¿Cómo funciona un anemómetro?
Aunque a primera vista pueda parecer un mecanismo complejo, su funcionamiento se puede explicar de forma sencilla. Este instrumento se basa en principios básicos de presión y aerodinámica para calcular la velocidad real del avión en el aire.
El anemómetro calcula la velocidad a partir de dos presiones: la total y la estática. La diferencia entre ambas da como resultado la presión dinámica, que permite obtener la velocidad real del avión.
Presión total – Presión estática = Presión dinámica
Estas presiones se miden gracias al tubo de pitot, un dispositivo que suele colocarse bajo el ala del avión, en una zona libre de turbulencias.
Escalas de colores del anemómetro
Para facilitar la lectura, el instrumento incluye una escala marcada con colores:
⚪ Arco blanco: rango de velocidades en las que se pueden usar los flaps.
🟢 Arco verde: velocidades normales de operación.
🟡 Arco amarillo: solo en condiciones excepcionales y sin turbulencia.
🔴 Línea roja: velocidad que nunca debe superarse.
Tipos de velocidades en los aviones
Ahora que ya sabes cómo se miden las velocidades de los aviones, es momento de dar un paso más y entender qué tan rápido —o lento— pueden volar las aeronaves.
La velocidad en aviación no siempre se mide de la misma forma. Dependiendo del tipo de avión y de la altitud, los pilotos utilizan diferentes referencias:
Velocidad indicada (IAS): es la que aparece en el anemómetro. No considera el efecto del viento y suele ser la referencia principal en aviones pequeños.
Velocidad respecto al suelo (GS): parecida a la que usamos en los coches, se obtiene mediante sistemas inerciales o satélites (como el GPS). Aquí sí se tiene en cuenta la influencia del viento.
Número Mach: en vuelos a gran altitud se utiliza esta medida, que relaciona la velocidad del avión con la velocidad del sonido en ese punto.
Seguramente has oído hablar de que ciertos aviones viajan a “tantos Mach”. Este término suele usarse cuando las aeronaves viajan a alta velocidad y hace referencia a la relación entre la velocidad del avión y la velocidad local del sonido (LSS). Esta última depende directamente de la temperatura y se calcula con la siguiente fórmula:
LSS = 38,95 √ Temperatura (en Kelvin)
Para convertir de grados Celsius a Kelvin solo hay que sumar 273. Por ejemplo, una temperatura de -60 °C equivale a 213 K.
Un dato clave: la velocidad del sonido no depende de la altitud ni de la presión, únicamente de la temperatura del aire en el que se vuela.
Como ves, calcular la velocidad de un avión no es tarea sencilla. Aun así, lo más interesante es conocer las cifras concretas: ¿a qué velocidad despegan, a qué velocidad aterrizan y cuál es su velocidad de crucero? Eso es lo que veremos a continuación.

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¿A qué velocidad despega un avión?
La velocidad de despegue es una de las preguntas más frecuentes en el mundo de la aviación. Aunque nos encantaría dar una cifra exacta, la realidad es que depende de muchos factores: el tipo de avión, su peso, la altitud del aeropuerto, la temperatura ambiente, la longitud de la pista e incluso la dirección e intensidad del viento.
Por ejemplo, un avión ligero de entrenamiento puede despegar a unos 100–150 km/h, mientras que un Airbus A320 lo hace alrededor de 250 km/h y un gigante como el Airbus A380 alcanza los 270 km/h. En promedio, los aviones comerciales necesitan entre 250 y 300 km/h de carrera por la pista para elevarse.
Factores que influyen en la velocidad de despegue
Hay varios elementos que influyen en la velocidad necesaria para que las alas generen la suficiente fuerza aerodinámica que permita al avión elevarse del suelo. Entre los principales factores destacan el peso de la aeronave (pasajeros, equipaje y combustible), la densidad del aire (que varía con la altitud y la temperatura), así como las características de la pista de despegue. Los factores son los siguientes:
Peso de la aeronave: cuanto más pesada, mayor velocidad requiere.
Altitud y temperatura: en aeropuertos altos o en días calurosos el aire es menos denso, lo que obliga a despegar más rápido.
Longitud de la pista: una pista corta exige mayor aceleración en menos tiempo.
Viento: siempre que se pueda, se despega contra el viento, ya que acorta la carrera, mejora el control direccional y aumenta el ángulo de ascenso.
Velocidades clave durante el despegue
Además, los pilotos no se guían por una única velocidad, sino por varios valores clave que marcan cada fase del procedimiento. Estas velocidades son fundamentales para tomar decisiones críticas y garantizar que el despegue sea seguro en cualquier circunstancia.
V1: velocidad de decisión. Hasta aquí es posible abortar el despegue en caso de fallo.
VR: velocidad de rotación. El piloto eleva el morro del avión para iniciar el ascenso.
V2: velocidad de seguridad. Garantiza que la aeronave puede seguir volando incluso con un fallo de motor.
Vx: velocidad de mejor ángulo de ascenso (más altitud en menos distancia).
Vy: velocidad de mejor tasa de ascenso (más altitud en menos tiempo).
El papel del piloto
La tarea de un piloto durante el despegue está lejos de ser sencilla. Como hemos visto, debe tener en cuenta numerosos factores y, además, manejar distintas velocidades críticas que determinan la seguridad de la maniobra. No es casualidad que quienes están al mando de una aeronave acumulen tantas horas de experiencia y entrenamiento: solo así pueden garantizar que este logro de la ciencia nos lleve a destino de forma rápida y segura.
Durante la carrera de despegue, el piloto vigila de manera constante la velocidad, la pista y el rendimiento de los motores. Si se presenta un fallo antes de alcanzar la V1, aún puede abortar la maniobra aplicando los frenos. Sin embargo, si el problema ocurre después de esa velocidad, ya no es posible detenerse: debe despegar y resolver la situación en el aire.
De ahí la importancia del entrenamiento en simuladores, donde los pilotos aprenden a reaccionar con rapidez y precisión frente a cualquier imprevisto.
Aunque no todos los aviones despegan a la misma velocidad, en términos generales los modelos comerciales lo hacen entre 250 y 300 km/h. Lo que nunca cambia es la necesidad de una planificación minuciosa y de la pericia del piloto para transformar esa carrera por la pista en un despegue seguro hacia el cielo.
¿A qué velocidad aterriza un avión?
El aterrizaje es una de las fases más complejas de la aviación. Volver a tocar tierra de forma segura, después de recorrer cientos de kilómetros por hora con una aeronave de varias toneladas, es todo menos sencillo.
La velocidad de aterrizaje, al igual que la de despegue, no es fija: depende del tipo de avión, su peso, la configuración de los flaps, la longitud de la pista y las condiciones meteorológicas. Aun así, podemos establecer algunas cifras de referencia:
Un avión comercial suele tocar tierra a unos 240–250 km/h.
Los aviones de aviación general, mucho más ligeros, lo hacen a velocidades cercanas a los 85 km/h.
Cómo se reduce la velocidad en el aterrizaje
Seguro que lo has experimentado: el piloto anuncia que es momento de abrocharse el cinturón y permanecer en el asiento. Instantes después, notas cómo el avión empieza a descender y a reducir progresivamente su velocidad. Pero, ¿qué ocurre en realidad desde un punto de vista más técnico?
En la fase final del vuelo, conocida como aproximación, la aeronave empieza a descender a una velocidad de unos 350–380 km/h. A medida que se acerca a la pista, se despliegan los flaps —esas superficies móviles en las alas que aumentan la sustentación y permiten volar más despacio—, lo que ayuda a reducir gradualmente la velocidad hasta los 240 km/h aproximadamente en el momento de contacto con el suelo.
Una vez el tren de aterrizaje toca la pista, entran en acción los frenos, los spoilers y la reversa de los motores, que permiten desacelerar rápidamente hasta una velocidad segura para abandonar la pista.
Factores que influyen en la velocidad de aterrizaje
Al igual que en el despegue, los mismos factores influyen en el aterrizaje: peso, viento, altitud del aeropuerto y configuración del avión. Todo ello determina la velocidad final a la que la aeronave puede tomar contacto con la pista.
Peso del avión: cuanto más cargado, mayor velocidad requiere.
Viento: aterrizar con viento en cara ayuda a frenar antes.
Altitud y temperatura: afectan a la densidad del aire y, por tanto, al rendimiento de la aeronave.
Longitud de la pista: determina cuánto margen hay para frenar.
Así que, la próxima vez que tu vuelo esté a punto de llegar a destino, ya sabrás que lo más habitual en un avión comercial es aterrizar a velocidades cercanas a los 240–250 km/h. La aproximación, por supuesto, comienza a mayor velocidad, pero se va reduciendo de forma controlada hasta el momento exacto del toque de ruedas. Cada aeronave y cada situación requieren cálculos precisos, pero lo fundamental es que el aterrizaje sea siempre seguro, estable y controlado.

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¿A qué velocidad vuela un avión?
Ahora que ya conoces las velocidades que alcanzan los aviones en el despegue y el aterrizaje, es momento de ver en detalle qué ocurre durante la fase más larga y tranquila del vuelo: el crucero.
La velocidad de un avión no siempre es la misma, ya que depende de factores como las condiciones atmosféricas, el peso y las características de cada modelo. Aun así, podemos darte algunas cifras de referencia que te ayudarán a hacerte una idea.
Velocidad de crucero: la más representativa
La velocidad de crucero es la que un avión mantiene una vez que ha alcanzado su altitud de vuelo, generalmente entre 9.000 y 12.000 metros. En esta etapa el trayecto se vuelve más estable, y la velocidad se ajusta para lograr el mejor equilibrio entre consumo de combustible y eficiencia.
En esta fase, los aviones comerciales suelen volar entre 889 y 1.037 km/h, con una media de 860 a 933 km/h, lo que equivale a recorrer unos 14 kilómetros por minuto.
Velocidad y número Mach
En aviación, además de medir en kilómetros por hora, se utiliza el número Mach, que compara la velocidad de la aeronave con la velocidad del sonido.
Un avión de pasajeros promedio vuela a Mach 0.77, es decir, alrededor de 860 km/h. ¡Impresionante pensar en lo rápido que podemos cruzar continentes gracias a la aviación moderna!
Si eso ya te parece sorprendente, el legendario Concorde lo llevó mucho más allá: alcanzaba hasta Mach 2.35, es decir, más de 2.500 km/h o unos 41 kilómetros por minuto.
Pero la verdadera cima de la velocidad la ostenta un avión militar: el Lockheed SR-71 Blackbird, capaz de superar los 3.540 km/h, prácticamente un kilómetro por segundo.
Todos ellos entran en la categoría de supersónicos, es decir, aquellos que superan la velocidad del sonido, situada en torno a 1.234 km/h, dependiendo de la temperatura y densidad del aire.
De hecho, en vuelos comerciales convencionales, gracias a corrientes de aire favorables, algunas aeronaves han llegado a superar los 1.000 km/h.
Si te apasiona la velocidad y quieres conocer cuáles son los aviones más rápidos de la historia, no te pierdas nuestro artículo dedicado a ellos.
Ejemplos de aviones comerciales y sus velocidades
Airbus A330Neo: velocidad máxima de 1.061 km/h.
Boeing 787-8 (Dreamliner): alcanza hasta 1.051 km/h.
Airbus A320 (corto y medio radio): entre 840 y 890 km/h en crucero.
Aunque estos números puedan parecer cercanos a la barrera del sonido, todavía están por debajo de ella, a diferencia de aeronaves militares o supersónicas.
Y ahora que ya conoces las velocidades de crucero, seguro te pica la curiosidad por saber cuál es la velocidad máxima que puede alcanzar un avión. Pues bien, ¡eso lo vemos a continuación!
Velocidad máxima de un avión
La velocidad máxima que puede alcanzar un avión no es arbitraria: está determinada por varios factores. El más evidente es el tiempo límite en que los motores pueden operar a máxima potencia sin comprometer su fiabilidad.
A baja altitud, la limitación suele estar en la resistencia estructural del avión, ya que el aire es más denso y las cargas sobre el fuselaje aumentan. En cambio, a gran altitud, la restricción es principalmente aerodinámica, relacionada con la compresibilidad del aire y la cercanía a la velocidad del sonido.
En el anemómetro de cada avión aparece señalada la VNE (Velocidad de No Exceder), que varía según el modelo y representa un límite que nunca debe superarse. Por ejemplo:
Un Airbus A320 no puede volar en crucero por encima de Mach 0.79.
Una Diamond DA42 de aviación general tiene una VNE de unos 300 km/h.
Ejemplos de velocidades máximas
Los aviones comerciales modernos suelen volar entre Mach 0.77 y 0.82, es decir, alrededor de 860–900 km/h.
El mítico Concorde, ya retirado, alcanzaba un impresionante Mach 2.35, lo que equivale a unos 2.500 km/h.
En el ámbito militar, el récord lo ostenta el Lockheed SR-71 Blackbird, capaz de llegar a 3.540 km/h, casi un kilómetro por segundo.
Para seguir con esta dosis de curiosidad, te dejamos aquí nuestro artículo sobre los aviones más rápidos del mundo.
En definitiva, aunque los aviones comerciales modernos están diseñados para priorizar seguridad, eficiencia y confort, la historia de la aviación nos recuerda que la velocidad máxima siempre ha sido un desafío tecnológico y un símbolo de progreso.
De las velocidades récord a lo que realmente importa al volar
Ahora que ya conoces a qué velocidades despegan, aterrizan o vuelan los aviones, quizá te interese algo más cercano a tu experiencia como pasajero. Lo que realmente puede impactar tu viaje no es cuántos kilómetros por hora alcanzan, sino qué ocurre cuando surge un imprevisto con tu vuelo.
Retrasos, cancelaciones, pérdida de equipaje o incluso casos de overbooking son situaciones comunes que afectan a miles de viajeros cada día. Y aunque no tengan nada que ver con la física o la aerodinámica, son igual de importantes porque determinan la calidad de tu experiencia de vuelo.
Por eso, en Europa existe una normativa específica, el Reglamento (CE) 261/2004, que protege los derechos de los pasajeros y asegura que, si algo va mal, tengas acceso a asistencia, compensación económica y soluciones rápidas.
Tus derechos como pasajero aéreo en la UE
Cancelación de vuelos: derecho a reembolso, reubicación y, en muchos casos, compensación económica.
Retrasos prolongados: la aerolínea debe cubrir comida, bebida, alojamiento (si hace falta) y, en algunos casos, indemnización.
Denegación de embarque (overbooking): derecho a compensación inmediata, transporte alternativo y asistencia.
Problemas con el equipaje: posibilidad de reclamar por pérdida, daño o retraso de maletas.
Mientras que los récords de velocidad nos enseñan hasta dónde puede llegar la ingeniería, lo más relevante para cualquier pasajero es saber que sus derechos están protegidos. De esta manera, incluso si tu vuelo no despega a tiempo o surge un contratiempo, siempre tendrás respaldo para reclamar y recibir lo que te corresponde.